Cuando le di las gracias a mi ginecólogo por mi parto poco respetado:
“gracias a ti estoy viviendo este fantástico momento”
Los relatos de mis partos
Mi primer parto se inicia a la semana 39+5 sobre las 9 de la mañana con un sangrado y el ginecólogo decide mi ingreso en observación en una clínica privada. Esperamos unos minutos a la comadrona, una chica encantadora y muy amorosa, que nos aloja en una habitación enorme con doble cama, salita con televisión y mesa comedor, era como un mini apartamento. Sobre las 14h me ofrecen la comida, tengo mucha necesidad de comerme los espaguetis al pesto, pienso que me daran energía para el parto que intuyo que se iniciarà más tarde. Sobre las 15:30 empiezan unas contracciones más molestas, pero según la comadrona no tengo “cara de parto” y estoy muy verde. A las 16.05h la comadrona vuelve y me dice “ya tienes cara de parto”, me monitoriza unos 10 minutos y las contracciones empiezan a ser regulares e intensas, me hace un tacto y estoy de 2cm. Nos ofrece la pelota y una esterilla y nos deja solos y tranquilos en la habitación. Cada hora aproximadamente entra para monitorizar y hacer un tacto. Sobre las 18h ya estoy de 6-7cm y me propone poner la epidural. Siempre había deseado intentar un parto sin epidural, los dolores ahora son fuertes pero los llevo bien, estoy indecisa unos minutos y al final decido ponérmela, ya que tengo miedo a no aguantar el dolor si se intensifica. Aquí rompo con el control de mi parto, empiezo a no soportar las contracciones, deseo urgentemente la epidural, la comadrona nos informa que deben entrar en mi cuerpo dos bolsas de suero antes de aplicar la epidural, se me hacen eternos esos minutos. Me siento defraudada con mí misma, me hubiera gustado parir sin epidural y notaba que me había rendido. La comadrona propone ponerme una lavativa, aunque le informo que ya había ido al baño antes de ingresar. Dirección a la sala de partos, en cada contracción noto cómo aún estoy vaciando la lavativa, es una sensación muy desagradable.
Ya en Sala de partos me espera un anestesista muy agradable, me pincha muy suave, acompañando mis contracciones y dejándonos hacer fotos de todo el proceso. Me pone poca anestesia para que tenga sensibilidad. Cuando las contracciones se calman mi marido se dirige ràpidamente al supermercado a comprar pañales, (la clínica cierra su sala de partos en pocos días y no los proporciona), mientras yo sigo eliminando líquido en las contracciones. La comadrona siempre ha estado muy cariñosa, pero en algún momento veo una expresión de incomodidad hacia lo que me sucede, (¿a lo mejor es el protocolo del ginecólogo y a ella no le parece bién?)
Ella, me trata siempre con mucho respeto y es muy afectuosa con nosotros, pero me hubiera gustado que me recomendara posiciones o ducha antes de proponerme la epidural. Aunque a veces pienso que fué un ángel, que sabía la forma de actuar de ese ginecólogo y me propuso la epidural para que no sufriera tanto.
A las 19:45 el ginecólogo, abre la puerta de sala de partos, saca la cabeza y dice que se cambia y viene. En ese momento, yo no conecto con él y siento mucho rechazo al verlo. Cuando entra el ginecólogo en la sala de partos, empieza mi tortura. A los 5 minutos de estar delante de mí, le dice a mi marido que se coloque a mi lado, yo le comento que me gustaría hacer alguna fotos del parto y me contesta: ¡deja las fotos para más tarde!. Al momento la comadrona me pone el tubito del oxígeno en la nariz, aquí me percato que alguna cosa sucede y le pregunto qué está pasando, ella me contesta: “estás sangrando un poquito, no te preocupes”. Rápidamente ella y, luego el ginecólogo, se ponen sobre mi barriga y empiezan a apretar haciendo un kristeller. Noto un corte rápido y desgarrador, me ha hecho una episiotomía, no puedo reprimirme y le digo asombrada: “¡ya me has cortado!” y su respuesta es: “Tú sabes demasiado”. Seguidamente siento como las espátulas chocan muy violentamente en mi pelvis, le digo en tono fuerte: “¡me has puesto las espátulas!” y él me vuelve contestar: “sabes demasiado”. Empiezo a notar que tira de mí y de mi bebé, recuerdo su cara haciendo una fuerza brutal sobre mí y yo no entiendo nada, ha puesto una ventosa (kiwi) sobre su cabecita y tira de él para que salga. Noto la cabeza de mi hijo entre las piernas y le digo a mi marido que mire nacer a nuestro hijo y pueda tener el recuerdo. Mi hijo nace y lo veo volar hacia la cuna térmica, son las 20:20h. Lo oigo llorar y mi mayor preocupación es si está bien, el niño está perfecto, solo es pequeño 2300kg y 43cm. Cuando alumbro la placenta, según el ginecólogo, es bilobulada y de raqueta, me dice que he tenido suerte que él haya actuado así ya que me había salvado la vida a mi y a mi hijo. Seguidamente empieza una nueva tortura, está hora y media suturando por dentro y por fuera, solo lo oigo quejarse que cuanto más cose más se rompen mis paredes vaginales. La epidural empieza a despertarse mucho antes, me duelen los pinchazos y doy un saltito en cada punto, le comento que me hace daño, su respuesta muy arrogante es: “¡no te muevas!”. Observo el reloj, mi hijo lleva una hora y media llorando en la cuna térmica a 2 metros de mí y no me lo dan, mi marido lo intenta consolar tocándolo desde allí. La comadrona, al final, para entretenerme e intentar que no me centre en el dolor, me pone a mi hijo encima, se acerca al ginecólogo y le comenta que tengo una dosis baja de epidural. Él al ver que no puede suturar bien, decide ponerme un tapón de gasas y mandarme a la habitación con más sueros. Me dice que llevo muchos puntos por fuera y por dentro y que si sangro demasiado avise a las enfermeras. Aquí me siento vulnerable y novata y le pregunto que: ¿cuánto es sangrar mucho?, su respuesta es clara: “más que una regla”.
El ginecólogo se acerca a mi hijo, lo observa y me comenta: “¿con la amniocentesis miramos la X frágil?, porqué éste niño tan pequeño tiene toda la pinta” (ésta es su enhorabuena). En este momento empiezo a llorar, la comadrona se acerca y me pregunta si estoy bien, “Estoy muy feliz” es mi respuesta, soy incapaz de decirle la verdad, me siento rota por dentro y por fuera.
En la habitación el regalo de bienvenida es un bote de leche artificial y dos cajas de muestras. Mi niño pide contacto continuamente y así lo hago, duerme encima de mí toda la noche. Alguna enfermera no está de acuerdo, pero ni la escucho. Por la mañana espero con muchas ganas la visita la comadrona, ya que las gasas me molestan mucho. Cuando llega ella me pregunta cómo estoy y cómo he pasado la noche. Viene a quitarme las gasas internas y me alegro mucho. Me conduce hasta el baño y me dice: “vuelve a pujar como hiciste ayer”. Aquí noto como las gasas se despegan de mi interior haciéndome mucho daño. No podía ser, yo el día antes tenía epidural y en ese momento no. La comadrona sale a buscar las compresas que se ha olvidado, nos quedamos solos mi marido y yo sentada en el baño. De golpe empiezo a notar que me estoy desmayando, aviso a mi marido que solo tiene tiempo a recogerme. Me despierto en el suelo, con mi marido alzándome las piernas y la comadrona mojándome la cara. Me acompañan a la cama y vuelven a conectarme unos sueros, ya que dicen que estoy débil por la pérdida de sangre en el parto. Ese día me levanto poco de la cama y, mi hijo, parece que intuye que mamá no está en condiciones de cuidarlo y está en sueño profundo todo el día.
Mi niño se muestra tranquilo y no muy demandante, me obligan a despertarlo cada 2 horas. A él le cuesta mucho despertarse y no se agarra al pecho, pero los biberones de ayuda son obligatorios que se los tome según el pediatra. Recibe una punción cada unas horas para controlar la hipoglucemia y su pie está amoratado.
Por la noche recibo la visita del ginecólogo, todo estaba correcto. Aprovecha para disculparse, me dice que él quería hacer un parto más natural conmigo ya que era lo que yo quería, pero no había podido ser por culpa del tejido friable de mi vagina que se iba desgarrando y sangrando. Me comenta que se ha asustado, pero gracias a su intervención estaba viva y mi hijo también.
A los 3 días mi hijo se coge al pecho, gracias a mi insistencia y la de la comadrona, aunque al pediatra no le parece bien, su recomendación es 10 minutos a cada pecho y biberón de ayuda luego. La comadrona pasa su jornada laboral en nuestra habitación ya que somos sus únicos pacientes, me enseña e informa de muchas cosas, se lo agradezco ya que mi posparto será más tranquilo.
Cuando llego a casa tengo una ingurgitación mamária que consigo controlar a las 24h y así también eliminar todas las ayudas, mi hijo crece pequeño pero con ritmo solo con pecho.
La tortura del ginecólogo no acaba después de llegar a casa, nosotros seguimos con el síndrome de Estocolmo y muy agradecidos de que nos haya salvado la vida. Me cita a los 5 días del parto en su consulta dónde me explora las heridas internas, yo lloro de dolor y le digo que pare que me está haciendo daño, pero él insiste que no me mueva y me comenta que lloro porque tengo depresión postparto. En ese momento me siento muy agredida e indefensa, él no me deja moverme y me está haciendo mucho daño en mi zona genital, me hace sentir muy mal y solo repite “estate quieta y no te muevas”. Cuando nos despedimos le dice a mi marido: “cuídamela mucho, que tiene depresión postparto”, mi respuesta fue: “¡no tengo depresión posparto!,¡me has hecho daño!”.
Después del alta de la cuarentena, intentamos iniciar nuestras relaciones sexuales, pero tengo mucho dolor. Empiezo a culparme a mí misma de vaginismo y no vuelvo a ver al ginecólogo pasado el año. Tengo miedo a verlo y que me culpe a mí de lo que me pasa.
En la siguiente visita, tiene la consulta muy llena, sus enfermeras me preparan directamente para una exploración ràpida, me siento desnuda sin antes vernos las caras ni decirnos simplemente “Hola”. Le voy contando mis sensaciones mientras me explora, su respuesta es “no sé qué pasó aquí”. Nuevamente me siento mal y empiezo a preguntarme: si verdaderamente me hubiera salvado la vida, se acordaría de mí, ¿no?. Según él las heridas se me han endurecido y por eso tengo dolor, me deriva a una fisioterapeuta para la recuperación y al año y medio iniciamos de nuevo nuestras relaciones.
Al cabo de unos 2 años, en un encuentro con un grupo de asesoras de lactancia, una compañera me explica que ese ginecólogo había salvado la vida a la hija de una amiga. Aquí se me derrumba todo, empiezo a darme cuenta que podría haber sido víctima de violencia obstétrica. Me informo y cuanto más leo, cada vez siento más rabia, vergüenza, culpa, incomprensión… por todo lo vivido. Aquí necesito sanar este parto, el tiempo hizo que me encontrara momentos y personas para hacerlo. Lo puedo llorar 3 años más tarde cuando, en la formación de Doula, representamos el momento de la dilatación. En este momento mi mente se traslada a la habitación de la clínica cuando estoy de parto, puedo verme dilatando junto a mi marido, acompañando las contracciones. Me doy cuenta que no todo fue tan horroroso ese día y que había vivido momentos dulces.

Cuando me quedo embarazada de mi segundo hijo, ahí los fantasmas de mi primer parto están latentes los nueve meses. Necesito que todo sea distinto y al saber que otro niño viene en camino me da la sensación que la historia se repite y no quiero, tengo la necesidad que todo sea nuevo.
Necesito afrontar mi segundo parto con alguien respetuoso conmigo y que me hablare sin autoridad. Me aterroriza tener que ponerme delante de un profesional con las piernas subidas en el potro y que éste me pueda tocar sin necesidad de pedir permiso. Después de 9 meses muy duros, de llorar mi primer parto, de compartir mil dudas y miedos con mi fantástica comadrona de confianza,… decidimos tener un parto en casa a las 34 semanas de embarazo. Una vez hablado con las comadronas, ellas hacen una maratón y un tetris para cuadrar horarios en poco tiempo y todo se activa. Recuerdo con ilusión la llegada a casa de todo el equipo de comadronas que se ha formado para mí, vienen con todo el material necesario para el parto en casa. Cuando las veo salir del coche cargando la piscina y las maletas es el momento que digo “Dónde te has metido, no hay vuelta atrás”. Durante esas semanas aún surgen miedos, pero me los acompaña mi comadrona y unas amigas doulas. Entre esos, uno de mis grandes miedos es el de bloquear en el parto por mi anterior experiencia, por eso quiero que el profesional que me atienda conozca mi caso.
El miedo y la ilusión por vivir de nuevo el parto se dan de la mano y lo espero ansiosa.
Pasan 5:45h del día de mi fecha probable de parto, cuando llamo a la comadrona. Tengo unas pequeñas contracciones que empiezan a intensificarse, le digo si le iba bien venir a casa porque no tengo claro si estoy de parto, pero al sentir su voz me viene una de más fuerte. Mi hijo mayor se despierta, empieza a coger muñecos y a abrazarlos, decidimos que mejor llamar a la abuela para que él esté tranquilo. La comadrona llega sobre las 6h y al mismo instante mi madre recoge a mi hijo mayor. Ella me haze un beso que lo interpreto como la aceptación de que mi parto sea en casa, ya que no lo sabe, pero se lo imagina, seguidamente se acerca a la comadrona y le da las gracias. En ese momento las contracciones se vuelven muy intensas y seguidas, el dolor lo tengo localizado en el pubis, cosa que no me hubiera imaginado nunca. La comadrona me propone ir al baño a hacer un pipí, del comedor al baño tengo 4 contracciones que me hacen llegar al lugar a gatas. En el pasillo, tengo la necesidad de beber agua y le pido un vaso a la comadrona, mi marido que está conmigo quiere ir a buscar el agua, en ese momento le digo con firmeza “no te muevas de aquí”, necesito llegar al baño y no quedarme sola en el suelo. Una vez en el baño tengo mucha necesidad que me aprieten intensamente las caderas, mi marido está allí apretando. Le digo que necesito que apriete más fuerte y nos reímos cuando me contesta que no tiene fuerza porque no ha desayunado, le respondo sonriente “Y yo tampoco y también aprieto”. Él va comiendo lo que puede estando a mi lado, la comadrona me trae zumo de manzana y agua. Ella tampoco ha desayunado y se prepara un café muy rápido, pero un poco salado, se pone sal en lugar de azúcar. Es otro momento anecdótico en que nos reímos todos.
Mi marido me ha preparado la bañera de casa con agua caliente, ya que no tengo ganas de montar la de partos. Estoy dudosa de entrar porque tengo mucho calor, pero cuando entro noto que las contracciones se amortiguan en el agua y son más llevaderas. Voy notando todo los procesos en mi cuerpo: el cambio de dolor, el cambio en mis gemidos, las gamas de evacuar y cuando lo hago me siento mucho mejor… Hay un momento en que le digo a la comadrona que el dolor es insoportable, ella me estabiliza otra vez con sus palabras. El resto de contracciones me animo en mi interior: “otra menos, no habrá otra más”, “goza de la contracción y del momento, no sé si este es mi último parto”, esas son las palabras que me digo a mi misma, para ir superando fases y gozar de este dolor.
De golpe me aparece la cara de mi anterior ginecólogo en la mente y le digo: “te doy las gracias, gracias a ti estoy viviendo este fantástico momento”, tengo la necesidad de perdonar en este instante todo lo sucedido, quiero evitar el bloqueo y evitar que él sea otra vez el protagonista de mi parto. Creo que no necesito perdonarlo a él, sino a mí por escogerlo.
La comadrona se dedica únicamente a estar a mi lado e ir auscultando en momentos puntuales y dándome ánimos. En un momento me pide si puede hacerme un tacto para saber cómo estoy, pero las contracciones son muy intensas y empiezo a tener calambres en las piernas, no encuentro el momento para hacerlo. Así que me exploro yo misma y le digo que he notado una bolita (como si fuera una gota), ella tiene suficiente con esa descripción.
Estando sentada en la bañera, le hago una sonrisa a la comadrona, ella me dice: “¿estás en descanso?” y yo le hago que si con la cabeza, tengo una sensación muy agradable en este momento. Durante todo el embarazo, pensaba si sería capaz de aguantar el dolor durante el expulsivo y sobretodo la sensación de morirse que decía todo el mundo. Empiezo con un expulsivo muy intenso y agradable, lo recuerdo como un momento muy amoroso. Me pongo de rodillas y empiezo a notar la cabeza de mi bebé que no me deja cerrar mis piernas. Tengo la sensación que entre contracciones pasan 5 minutos, noto la quemazón del anillo de fuego. La comadrona (y una fisioterapeuta que visité durante el embarazo) me aconsejan no apretar en ese momento, y así lo hago, durante el dolor relajo mi periné y gozo de la quemazón. Entre contracción y contracción hablo con mi marido y la comadrona, y les pregunto si es normal que esté tan tranquila. En solo 4 contracciones agarro a mi hijo en brazos a las 7:55h de la mañana. Nos ha cambiado la vida en cuestión de 2 horas y no me lo creo, estoy desconcertada e invadida de mil emociones y sensaciones.
Salgo de la bañera para alumbrar la placenta, en éste momento llega la segunda comadrona. Una vez en mí cama, la comadrona se dirige a suturar unas pequeñas roturas, se pone una linterna en la cabeza y coge todo el material necesario para suturar y aquí empieza mi pánico. Me viene el recuerdo del momento de la sutura del primer embarazo y la posición era semejante, se lo comento, ellas se relajan y empiezan a ponerme anestesia en spray para luego pincharme la anestesia local. Se aseguran que todo esté bien dormido para empezar a suturar 4 puntos muy superficiales.
Me encanta tenerlas en casa hasta el mediodía y tener contacto con ellas en todo momento. Me siento más acompañada que en mi primer parto. Me dejan la casa perfumada de unas infusiones de hierbas para mi cuidado íntimo. Mis ánimos y mi recuperación son espectaculares, me siento con fuerza, contenta y feliz.
Tengo el recuerdo en mi piel de los besos y caricias de mi marido, nunca olvidaré la imagen de él con nuestro hijo en brazos y diciéndome: “Nuestro hijo mayor me lo dieron, éste lo he sufrido”
Pienso que, como mujer, necesitaba vivir todo este proceso, aunque mi percepción es que en cuestión de 2 horas me han puesto del revés y sacudido fuertemente.
Anna (@maternitat_emocionada)
Puedes leer mi experiència de parto tantas veces cuanto quieras, pero porfavor si quieres utilizarla agradeceria que me lo notifiques y me cites en tus comentarios.
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